«Je suis prof». Educación y fanatismo en un mundo al revés

La cruel muerte de Samuel Paty nos convierte a todos en víctimas del espanto, la barbarie y el fanatismo. Así resulta por la ejecución sin piedad y a sangre fría de una persona inocente cuyo único crimen resultó ser la noble labor de explicarle a los jóvenes en qué consiste la libertad de expresión. Lo hizo además en un contexto oficial, como parte de sus tareas de profesor de Geografía e Historia mostrando y comentando imágenes satíricas de Mahoma.

El crimen es tremendamente significativo para todos aquellos que confiamos en las instituciones públicas y especialmente en la Educación como un vector de cambio social, que permite integrar los principios democráticos en la vida de los ciudadanos para que los comprendan, los asuman y los defiendan. La dimensión ilustrativa y formativa de las instituciones públicas, que realizan con el diseño y desarrollo de sus políticas públicas y también en su quehacer diario con el trato a los ciudadanos, se deja en demasiadas ocasiones de lado, al poner en el foco en los mecanismos de control. Pero ello no quiere decir que no exista dicha dimensión, especialmente en el caso de los centros educativos.

Los centros educativos de una democracia deben explicarle al alumnado el sistema democrático bajo el que conviven, sus reglas y sus principios básicos. Esto se explica por dos razones sustancialmente. En primer lugar porque se ofrece instrucción al futuro ciudadano con la que defender, también a través de la crítica, el sistema democrático y exigir el cumplimiento de sus principios. En segundo lugar, porque se le enseña a los alumnos a comprender al «otro», comprender otras formas de entender el mundo y las circunstancias, lo que implica, de forma más o menos velada, explicar que el mundo es complejo y dificil de explicar desde una única posición absoluta. Esto último resulta, a gran escala, en una pequeña dosis de escepticismo sobre uno mismo y sus convicciones y en una correlativa mejora del trato social a los otros.

Samuel Paty cumplió precisamente con este mandato tan arraigado en la ética pública democrática. Mostró unas imágenes «prohibidas» y las puso en contexto, para explicar en qué consiste la libertad de expresión. NI las publicó él, ni las mostró con ánimo de ejercer su libertad de expresión. Simplemente ilustró con ellas la riqueza que supone la convivencia de ideas, sentimientos y culturas y cuáles son los mínimos comunes sobre los que se asienta esa convivencia. Explicó a buen seguro por qué merece la pena defender un sistema plural frente a aquellas pretensiones totalitarias y absolutas sobre la verdad y la justicia y sus límites infranqueables. Mostró las imágenes y habló a buen seguro de Charlie Hebdo, sólo para que los alumnos se hicieran una idea sobre el mundo en el que viven.

El giro es cruel. Un profesor explica en qué consiste la libertad de expresión y es asesinado por quien no cree en la libertad de expresión… El término «creer» no es el correcto. Quien lo asesinó ni siquiera conocía en qué consiste la libertad de expresión, ni había recibido formación alguna en valores democráticos ni había vivido en una democracia cuyas instituciones le permitieran observar la justicia del sistema democrático. El fanatismo había sido su único profesor, la religión el único cultivo que había crecido desordenado en la visión del mundo del asesino.

El presidente E. Macron, en su ceremonia de Estado celebrado en el patio de la Sorbona le elogió como un «héroe tranquilo». ¿Por qué héroe? Recordemos que en Francia el deber de imparcialidad de los profesores es central de su sistema educativo y que la enseñanza moral y cívica es obligatoria para todos los alumnos, sin excepción y por supuesto sin ningún tipo de capacidad de objetar los valores de la República. La laicidad, pieza central de la educación en Francia, se explica en los contenidos de su currículo junto a la expresión de los valores filosóficos y religiosos. Exige también que se les evidencie a los alumnos aquellos las situaciones en los que los valores de la República se encuentran en tensión (Bulletin officiel n° 30 du 26-7-2018). El ejemplo más claro: la libertad de satirizar la religión y las atroces consecuencias para los caricaturistas del Charlie Hebdo. ¿Cuál fue pues la heoricidad del profesor? Simple: realizar, bajo su libertad de cátedra, la elección de explicar la libertad de expresión a través de un ejemplo concreto. Es decir, ejercer como profesor de una democracia en lugar de ejercer como un funcionario gris y conformista, mero cumplimentador del currículo.

Samuel Paty recibió la condecoración de la Légion d´Honneur a título postumo. En su asesinato se vierte el peor miedo de una democracia: que ésta pueda ser asaltada por el fanatismo, que sus instituciones no sepan responder a la pérdida de tracción entre la población, que no sirva para el progreso y evitar que el mundo se vuelva del revés. La reconstrucción del héroe Samuel Paty se entiende desde este prisma. Desde la construcción de la democracia que se entiende como un proceso, no como un producto acabado.

El arma más contundente contra el fanatismo (de todo tipo) es la cultura y la educación. La sencilla tarea consistente en tender la mano a los estudiantes para mostrarles el saber de un tiempo pasado del que, como señalaría María Zambrano, deberán apropiarse para construir el suyo. El tiempo es el de la lucha por la democracia y los derechos, la apropiación, recibir en sus manos la continuidad de la democracia en los años por venir. La transmisión del legado intelectual de los derechos humanos, ni puede dejarse en manos de la sociedad, ni del mercado, ni puede abandonarse en las manos de los expertos. El sostenimiento de la democracia es una función del día a día del ciudadano ordinario. Samuel quiso explicarlo con su decisión de mostrarle a los jóvenes el sistema que protege su libertad y, lamentablemente, nos enseñó a todos, por la vía de los hechos, que los fanatismos son reales.

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